martes, 8 de enero de 2013

RELIGIÓN Y POESÍA.


Sin pensar siquiera en que se pueda dividir a la poesía de acuerdo a quienes la escriben, puesto que la voz es única en testimoniar el mensaje, han dejado su aporte invalorable, cuatro sacerdotes que desde cuatro vértices distintos han cantado con robustez lírica los Jesuitas Aurelio Espinoza Pólit, y Miguel Sánchez Astudillo, quienes aparte de cultivar la poesía fueron granes humanistas, críticos e historiadores de nuestras letras. Los sacerdotes, Manuel María Palacios y Carlos Suárez Vemtirnilla.
Un texto narrativo abarca varias secuencias alrededor de uno o varios personajes, cada uno de ellos con sus características respectivas. El texto narrativo también requiere el cambio o transfor­mación de las cualidades y de las situaciones de los personajes, sujetos a escenarios y al tiempo; por tanto, la actual concepción de narrativa abarca desde la Kabul, poema épico, el cuento, la novela. Dentro del campo de la narrativa (el relato), tenemos el cuento y la novela. El relato se clasifica en leyenda, cuento, novela y relato propiamente dicho.
La leyenda es una narración, en donde encontramos por lo menos algo real, sea un personaje, un lugar, un hecho, etc. La leyenda es cualidad de todas las sociedades y en todos los tiempos, inclu­sive se llega a veces a situaciones extravagantes. Las leyendas reconstruyen la memoria colectiva de los pueblos.
Las leyendas tienen elementos diferentes de los mitos, cuentos, crónicas, estampas, casos, etc. Existen leyendas de tipo heroico, documentales, urbanas, no - épicas, pintorescas, de personajes exóticos y de corte religioso. En las leyendas encontramos dos "funciones" que son los auténticos soportes de su estructura: "la profanación" y "el castigo". Las leyendas constituyen fundamentos de la cultura popular de los pueblos. Sobresalen en este campo: J. Gabriel Pino Roca, con su obra "Leyendas Tradicionales y Páginas de Historia de Guayaquil". Cristóbal de Gangotena y Jijón, con su obra "Al Margen de la Historia Leyendas de Picaros Frailes y Caballeros". El gran recopi­lador cuencano de leyendas Juan Iñiguez. Sobresale también Modesto Chávez Franco con su obra "Crónicas de Guayaquil Antiguo".

Piedra de escándalo en el pueblo. Esa mujerzuela, regordeta, colorada y de mirar suave y aterciopela­do, era vista con desprecio por la gente que hacía gala de mucho estimarse.
¿De Dónde vino? ¿Cómo fue que sentó sus reales en San Pablo? Nadie pudo asegurar: un día asomó en el pueblo y siguió viviendo en él aunque parecía que hubiese puesto todo su empeño en no relacionarse con ninguna amiga.
Mucho se murmuró sobre aquella desconocida, pero luego las gentes se acostumbraron a verla pasar, sin que nadie ignorara cuáles eran las costumbres de la Maruca, de su vida airada que llevaba. Lo más selec­to de los jóvenes del pueblo y aún los hombres maduros, iban a visitarla en la casucha que Juan Palos, el usurero y el avaro, le arrendó por un precio fabuloso que les hacía palidecer de envidia a los otros> propietarios de las casas de la región.
La ¡pobre Maruca! Era muy singular: nadie la vio sonreír, jamás alzó los ojos ante las honradas, ni usó aquel aire de desafío de las que han hecho caso omiso del "qué dirán".
La tía Juana con gestos de mucho escándalo y santa indignación decía: que la Maruca iba a la igle­sia, que se ocultaba detrás de una columna bajo un manto, con aires de quien hubiese invadido furtivamente un lugar prohibido, pasaba entre sus finos dedos de señorita un rosario de nácar, de cuentas blancas y brillantes, con reflejos de luz, como jamás las campesinas habían visto.
El monaguillo denunció al día siguiente al cura, que había visto a la Maruca que depositó una moneda de oro en el cepo de los huérfanos, era la única que desde la fundación de la casa había caído allí, y a pesar de las ganas que tuvo el señor cura de devolverla a la pecadora, no se atre­vió a hacerlo porque a más de proporcionarle vergüenza a la cara de la mujerzuela, esa moneda significaba mucho pan y buena leña para los huérfanos.
La noche, víspera de San Pedro, los viejos reunidos en la plaza veían arder las tradicionales foga­tas, mientras los chicos se metían entre las llamas a riesgo de quemarse y saltaban como diablillos levantaban las lenguas de fuego. Los jóvenes en cambio buscaban los rincones para conversar con sus enamoradas, en tanto que las viejas murmuraban sobre el precio de las hortalizas y la produc­ción de la leche. Sólo la Maruca faltaba ahí, para que el pueblo estuviese completo en la plaza.
El pueblo parecía muerto a las diez de la noche, todos se habían retirado a sus casas, en cambio, el huracán gemía con furia, produciendo rugidos y misteriosos lamentos al romperse en los teja­dos y filtrarse por las hendiduras de puertas y ventanas. Las hogueras el viento arrastraba y des­hacía en medio de las tinieblas. De pronto, el tañido de la campana grande del templo sonó des­compasado en angustioso arrebato, al transmitir a los cuatro ámbitos del poblado la voz de alar­ma, despertó a los que ya dormían y echó a la calle a todo el mundo.
Una hoguera inmensa, que el huracán daba formas extrañas y gigantescas, aclaraba todo el hori­zonte, había ocurrido algo inesperado; una fogata mal apagada se avivó con el vendaval y una chispa, arrastrada por el viento fue a prender fuego en la casa de los hermanos, aquella misma casa para la cual Maruca dejó una moneda de oro en la iglesia. Cubos de agua y cuantos esfuer­zos se hicieron para detener el incendio y todo fue inútil.
El Padre Rodrigo, quien fundó la casa, en el sitio más apartado de la plaza lloraba como un niño y su tía Juana quien le aconsejó devolver la moneda le decía: El dinero maldito, señor cura; es el oro de la Maruca que Dios rechaza... ¡Cállate mujer! ¿Y quién podría arrojar la primera piedra?
Un grito indefinible espantó a la multitud, faltaban dos huerfanitos tiernos, los gemelos de la pobre Aurora que había muerto hace una semana, esperaban que estén adentro quizás vivos aún... Diez jóvenes resueltos ingresaron y a la vez retrocedieron de prisa por las llamas que les perseguía, saliendo de la casa incendiada.
De pronto una mujer se acercó al fuego y se metió entre las llamas, mientras el recogimiento naci­do del estupor por el acto tan audaz, todos en silencio y las miradas fijas en las llamas esperaban algo imposible. Dos minutos después la valerosa mujer se asomaba con los niños en los brazos en un balcón, un joven recibía a uno de los huerfanitos y cuando se disponía a recibir al otro, un torrente de ruido hizo huir a los espectadores, el balcón se había desplomado hacia el burbujear de chispas y llamas llevándose consigo a la Maruca y al chiquillo.
Maruca la piedra de escándalo del pueblo, se había reivindicado; hasta la tía Juana enjugó una lágrima y fue a rezar un padre nuestro ante el humilde cajón de pino, que en su fondo contenía unos cuantos huesos carbonizados, era lo que quedaba de la Maruca.
El buen Cura, el Padre Rodrigo no lloró. Cuando salió del cementerio depositando en el suelo bendito los huesos de la pecadora, acercó a la tía Juana y con voz ronca de profunda emoción, le dijo grave:
¡Felices aquellos que mucho han amado porque sus pecados le serán perdonados!
Forma parte de la tradición oral que se ha mantenido a través del tiempo, en la cual aparecen vivencias de una época, de una nación, ciudad, pueblo a veces con cierta picardía, así como aspec­tos sociales, ya sean juveniles o de otra índole. Destacan Guido Garay, Rodrigo Chávez, Justino Cornejo, Darío Guevara, José Antonio Campos (Jack the Ripper), Jenny Estrada, etc.
La violencia de la actual estación lluviosa, mal llamada invierno, pues de acuerdo a nuestra situación geográfica corresponde al verano; ha traído a mi memoria una costumbre que ya se ha olvidado: la de los burros con calzones.
En la época de mi infancia, década de los 20, en nuestra que­rida ciudad las únicas calles pavimentadas eran el Boulevard 9 de Octubre de Malecón a Santa Elena (hoy Lorenzo de Garaycoa, aunque nadie la llame así) y la calle Chim­borazo de 9 de Octubre a Clemente Bailen; por esta razón con las primeras lluvias se convertían en fangales donde proliferan los "gusarapos" (larvas de los mosquitos), y la plaga de estos era tremenda.
Los mosquitos zumbaban día y noche y había que protegerse de ellos, por este motivo muchas casas tenían tela metálica en puertas y ventanas, para impedir la entrada de estos insectos, entre los cuales estaba el terrible Anopheles portador del Paludismo, que en aquella época era endémi­co en nuestro medio.
En aquellos tiempos el reparto de caramelos, chocolatines, galletas, etc., de las fábricas a las pul­perías, se hacía a lomo de burro, a los cuales se le adaptaba un arnés especial de madera para lle­var en ellos unos tarros grandes de hojalata, uno de cuyos costados era de vidrio para poder iden­tificar la clase de los mismos, pues habían caramelos grandes de 5 por "medio" (S/. 0,05), otros medianos de 8 por medio, y otros chiquitos cuyo nombre no recuerdo que daban un paquete de ellos por dicha cantidad.
Como a los mosquitos con tal de chupar la sangre les da lo mismo el ser humano o el animal, para proteger a los jumentos sus dueños o encargados les ponían unos calzones de "crudo" (tela de yute), tanto en las patas delanteras, como en las posteriores, que se sostenían amarrados sobre el lomo del animal, de tal forma que quedaba gran parte de su cuerpo cubierta para protegerlos de la agresión de los mosquitos; era pues muy común ver por nuestras calles los asnos del transpor­te industrial con sus pantalones rudimentarios cumplir con su misión de proveer de comestibles y golosina a las tiendas de barrio de aquel Guayaquil que se fue.
El cuento es un relato breve que narra una historia real o fan­tástica. Tiene pocos personajes, característica del cuento es la rapidez, la facilidad de unidad de lugar, del tiempo aconteci­mientos y personajes, se concentra en algún elemento domi­nante, puede ser una palabra o frase clave. Generalmente se escribe en prosa, es también una narración.
El cuento aparece como estructura anatómica desde el año 1925 con los primeros escritos de José de la Cuadra: Perlita Lila y Olga Catalina, cuentos de estilo sensiblero.
Fernando Chávez en el mismo año triunfa en un concurso nacional con el corto relato "La Em­brujada". Leopoldo Benítez Vinueza en 1927 nos hace conocer su obra "La Mala Hora", de proble­mas montubios, en este mismo año Pablo Palacio nos hace conocer el cuento "Un hombre muer­to a puntapiés". Humberto Salvador en su obra "Ajedrez" toca temas y tonos de nuestro diario vivir.
DÉCADA DE AFIANZAMIENTO (1930 - 1940)
AÑO
OBRA
AUTOR
1930
Los que se van
Gallegos Lora - Gil Gilbert - Aguilera Malta
1930
El Amor que dormía
José de la Cuadra
1931
Repisas
José de la Cuadra
1931
Cuentos Morlacos
Manuel Muñoz Cueva
1932
Horno
José de la Cuadra
1932
Barro de Siglos
César Andrade y Cordero
1932
Llegada de todos los trenes del mundo
Alfonso Cuesta y Cuesta
1932
Taza de té
Humberto Salvador
1933
Barro de la Sierra
Jorge Icaza
1933
Yunga
Enrique Gil Gilbert
1933
El Jaichigua
Enrique Dávila Jijón
1933
Antonio ha sido una
Jorge Fernández

hipérbole

1934
Siembras
Gonzalo Bueno
1938
Guasinton
José de la Cuadra
1939
Tierra de Lobos
Sergio Núñez
1939
Humo en las Eras
Eduardo Mora Moreno
1939
Relatos de Emmanuel
Enrique Gil Gilbert

Promoción de florecimiento ( 1941 - 1960)
AÑO
OBRA
AUTOR
1941
Sendas Dispersas
Arturo Montesinos Malo
1941
Las Huellas de una raza
Marco Antonio Lamota
1945
La Guamoteña
Pedro Jorge Vera
1946
Un Idilio Bobo
Ángel F. Rojas
1947
El Barco de Papel
Humberto Navarro
1948
La Manzana Dañada
Alejandro Carrión
1948
Calabozo 51
José Joaquín Silva
1948
Mundo Pequeño
Mary Corylé
1952
Abandonados en la Tierra
César Dávila Andrade
1952
Gleba
Mary Corylé
1952
La Mala Espalda
Adalberto Ortiz
1952
Seis Relatos
Jorge Icaza
1953
Las Fieras
Rafael Díaz Icaza
1953
Luto tterno y otros cuentos
Pedro Jorge Vera
1953
Diez cuentos Universitarios
Bellolio - Ramírez -Torres - Martínez
1953
Segunda Vida de una santa
José Alfredo Llerena
1953
Escama de culebras y otros cuentos
Augusto Mario Ayora
1954
El Baúl Maldito
Jorge Moncayo Donoso
1955
El Anillo
Eugenia Viten
1955
13 Relatos
César Dávila Andrade
1956
Cuentos
Joaquín Gallegos Lara
1958
Los Ángeles Errantes
Rafael Díaz Icaza
1959
Brocano
Gonzalo Gallo Subía
1959
La lluvia muere en silencio
José Martínez Queirolo
1959
Los Murmullos de Dios
Ricardo Descalzi
1959
Arcilla Indócil
Arturo Montesinos Malo
1960
Viejos Cuentos
Jorge Icaza
1960
Salamandras
Ernesto Albán Gómez

DÉCADA DE TRANSICIÓN (1960 - 1970)
AÑO
OBRA
AUTOR
1961
Otra vez la tierra morlaca
Manuel Muñoz Cueva
1961
Barro Dolorido
Gustavo Alfredo Jácome
1962
Almas Conturbadas
Gilberto Molina Correa
1962
La Perspectiva
Alsino Ramírez Estrada
1962
Doce Cuentos
Eugenia Viteri
1962
Krelko
Miguel Donoso Pareja
1963
La Máscara
Carlos de la Torre Reyes
1964
Sílabas de la Tierra
Lupe Rumazo González
1966
Cerote
Félix Yépez Pazos
1966
Cabeza de Gallo
César Dávila Andrade
1967
La Cabeza de un niño en un tacho de basura
Enrique Gil Gilbert
1968
El hombre que mataba a sus hijos
Miguel Donoso Pareja
1968
Un ataúd abandonado
Pedro Jorge Vera
1968
El Demiurgo
Vladimiro Rivas
1968
La sonrisa y la ira
Walter Bellolio
1969
Los Pasos amarillos
Violeta Luna
1970
La Chacra
Félix Yépez Pazos
1970
Osa Mayor
Carlos Béjar Portilla
1970
Simón el Mago
Carlos Béjar Portilla
1970
Da llevando
Raúl Pérez Torres
1970
La Llave perdida
Alejandro Carrión
1970
Tierna y Violentamente
Rafael Díaz Icaza

DÉCADA O PROMOCIÓN DE INTEGRACIÓN (1970 - 1977)
AÑO
OBRA
AUTOR
1971
Pacto con el Hombre
César Dávila Andrade
1971
La Luz
Guillermo Tenén Ortega
1971
Samballa
Carlos Béjar Portilla
1971
La Enfundada
Adalberto Ortiz
1972
El largo camino de la playa
Walter Bellolio
1972
Los Mandamientos de la ley de Dios
Pedro Jorge Vera
1972
Cuentos del Rincón
Marco Antonio Rodríguez
1973
La Olla Embrujada
Jorge Torres Castillo
1974
Manual para mover las fichas
Raúl Pérez Torres
1974
La Casa de la tía Berta
Ana María Iza
1974
Barriocito y otros cuentos
Pablo Barriga
1975
La Segunda Voz
Hipólito Alvarado
1975
Crónica del hombre que aprendió a llorar
Walter Bellolio
1975
De la Duda y otros juegos
Guillermo Tenén Ortega
1975
De vuelta al paraíso
Jorge Velasco Mackenzie.
1976
Micaela y otros cuentos
Raúl Pérez Torres.
1976
Historia de un intruso
Marco Antonio Rodríguez
1977
Los tiempos del olvido
Jorge Dávila Vázquez
1977
El Círculo vicioso
Jorge Dávila Vázquez
1977
Los Culpables
Moisés Montalvo Jaramillo
1977
Los Zapatos y los sueños
Eugenia Viteri
1977
Porlamar
Rafael Díaz Icaza
1977
Como gato en tempestad
Jorge Velasco Mackenzie
1977
El pasajero del gato y otros cuentos
José Ortiz Unióla

—Tei amao como naide ¿sabés vos? Por ti mei hecho marinero y hei viajao por otras tierras… Por ti hei estao a punto a ser criminal y hasta hei abandonao a mi pobrev vieja: por ti que me habís engañao y te habís burlao e mí… Pero mei vengao: todo lo que te pasó ya lo sabía yo dende antes. ¡Por eso te dejé ir con ese borracho que hoi te alimenta con golpes a vos y a tus hijos!
La playa se cubría de espuma. Allí el mar azotaba con furor. Y las olas enormes caían, como peces multicolores sobre las piedras. Andrea la escuchaba en silencio.
—Si hubiera sío otro… ¡Ah! … Lo hubiera desafiado ar machete a Andrés y lo hubiera matao … Pero no. Er no tenía la curpa. La única curpable eras vos que me habías engañao. Y tú eras la única que debía sufrir así como hei sufrío yo…
Una ola como raya inmensa y transparente cayó a sus pies interrumpiéndole. El mar lanzaba gritos ensordecedores. Para oír a Melquiades ella había tenido que acercársele mucho. Por otra parte el frío…
—¿Te acordás de cómo pasó? Yo, lo mesmo quesi juera ayer. Tábamos chicos; nos habíamos criao juntitos. Tenía que ser lo que jué. ¿Te acordás? Nos palabriamos, nos íbamos a casar … De repente me llaman pa trabajá en la barsa e don Guayamabe. Y yo, que quería plata, me juí. Tú hasta lloraste creo.
Pasó un mes. Yo andaba por er Guayas, con una madera, contento de regresar pronto… Y entonce me lo dijo er Badulaque: vos te habías largao con Andrés. No se sabía e ti. ¿Te acordás?
El frío era más fuerte. La tarde más oscura. El mar empezaba calmarse. Las olas llegaban a desmayar suavemente en la orilla. A lo lejos asomaba una vela de balandra.
—Sentí pena y coraje. Hubiera querido matarlo a ér. Pero después vi que lo mejor era vengarme: yo conocía a Andrés. Sabía que con ér solo te esperaban er palo y la miseria. Así que er sería mejor quien me vengaría… ¿Después? Hei trabajao mucho, muchisísimo. Nuei querido saber más de vos. Hei visitao muchas ciudades: hei conocío muchas mujeres. Sólo hace un mes me ije: ¡andá a ver tu obra!
El sol se oculta tras los manglares verdinegros. Sus rayos fantásticos danzaban sobre el cuerpo de la chola dándole colores raros. Las piedras parecían coger vida. El mar se dijera una llanura de flores policromas.
—Tei hallao cambiada ¿sabés vos? Estás fea; estás flaca, andás sucia. Ya no vales pa nada. Sólo tienes que sufrir viendo cómo te hubiera ido conmigo y cómo estás ahora ¿sabés vos? Y andavete que ya tu marido ha destar esperando la merienda, andavete que sinó tendrás hoi una paliza…
La vela de la balandra crecía. Unos alcatraces cruzaban lentamente por el cielo. El mar estaba tranquilo y callado y una sonrisa extraña plegaba los labios del cholo que se vengó.

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