Sin pensar siquiera en que se pueda dividir a la poesía de acuerdo
a quienes la escriben, puesto que la voz es única en testimoniar el mensaje,
han dejado su aporte invalorable, cuatro sacerdotes que desde cuatro vértices
distintos han cantado con robustez lírica los Jesuitas Aurelio Espinoza Pólit,
y Miguel Sánchez Astudillo, quienes aparte de cultivar la poesía fueron granes
humanistas, críticos e historiadores de nuestras letras. Los sacerdotes, Manuel
María Palacios y Carlos Suárez Vemtirnilla.
Un texto narrativo abarca varias secuencias alrededor de uno o
varios personajes, cada uno de ellos con sus características respectivas. El
texto narrativo también requiere el cambio o transformación de las cualidades
y de las situaciones de los personajes, sujetos a escenarios y al tiempo; por
tanto, la actual concepción de narrativa abarca desde la Kabul, poema épico, el
cuento, la novela. Dentro del campo de la narrativa (el relato), tenemos el
cuento y la novela. El relato se clasifica en leyenda, cuento, novela y relato
propiamente dicho.
La leyenda es una narración, en donde encontramos por lo menos
algo real, sea un personaje, un lugar, un hecho, etc. La leyenda es cualidad de
todas las sociedades y en todos los tiempos, inclusive se llega a veces a
situaciones extravagantes. Las leyendas reconstruyen la memoria colectiva de
los pueblos.
Las leyendas tienen elementos diferentes de los mitos, cuentos,
crónicas, estampas, casos, etc. Existen leyendas de tipo heroico, documentales,
urbanas, no - épicas, pintorescas, de personajes exóticos y de corte religioso.
En las leyendas encontramos dos "funciones" que son los auténticos soportes
de su estructura: "la profanación" y "el castigo". Las
leyendas constituyen fundamentos de la cultura popular de los pueblos.
Sobresalen en este campo: J. Gabriel Pino Roca, con su obra "Leyendas
Tradicionales y Páginas de Historia de Guayaquil". Cristóbal de Gangotena
y Jijón, con su obra "Al Margen de la Historia Leyendas de Picaros Frailes
y Caballeros". El gran recopilador cuencano de leyendas Juan Iñiguez.
Sobresale también Modesto Chávez Franco con su obra "Crónicas de Guayaquil
Antiguo".
Piedra de escándalo en el pueblo. Esa mujerzuela, regordeta,
colorada y de mirar suave y aterciopelado, era vista con desprecio por la
gente que hacía gala de mucho estimarse.
¿De Dónde vino? ¿Cómo fue que sentó sus reales en San Pablo? Nadie
pudo asegurar: un día asomó en el pueblo y siguió viviendo en él aunque parecía
que hubiese puesto todo su empeño en no relacionarse con ninguna amiga.
Mucho se murmuró sobre aquella desconocida, pero luego las gentes
se acostumbraron a verla pasar, sin que nadie ignorara cuáles eran las
costumbres de la Maruca, de su vida airada que llevaba. Lo más selecto de los
jóvenes del pueblo y aún los hombres maduros, iban a visitarla en la casucha
que Juan Palos, el usurero y el avaro, le arrendó por un precio fabuloso que
les hacía palidecer de envidia a los otros> propietarios de las casas de la región.
La ¡pobre Maruca! Era muy singular: nadie la vio sonreír, jamás
alzó los ojos ante las honradas, ni usó aquel aire de desafío de las que han
hecho caso omiso del "qué dirán".
La tía Juana con gestos de mucho escándalo y santa indignación
decía: que la Maruca iba a la iglesia, que se ocultaba detrás de una columna
bajo un manto, con aires de quien hubiese invadido furtivamente un lugar
prohibido, pasaba entre sus finos dedos de señorita un rosario de nácar, de
cuentas blancas y brillantes, con reflejos de luz, como jamás las campesinas
habían visto.
El monaguillo denunció al día siguiente al cura, que había visto a
la Maruca que depositó una moneda de oro en el cepo de los huérfanos, era la
única que desde la fundación de la casa había caído allí, y a pesar de las
ganas que tuvo el señor cura de devolverla a la pecadora, no se atrevió a
hacerlo porque a más de proporcionarle vergüenza a la cara de la mujerzuela,
esa moneda significaba mucho pan y buena leña para los huérfanos.
La noche, víspera de San Pedro, los viejos reunidos en la plaza
veían arder las tradicionales fogatas, mientras los chicos se metían entre las
llamas a riesgo de quemarse y saltaban como diablillos levantaban las lenguas
de fuego. Los jóvenes en cambio buscaban los rincones para conversar con sus
enamoradas, en tanto que las viejas murmuraban sobre el precio de las
hortalizas y la producción de la leche. Sólo la Maruca faltaba ahí, para que
el pueblo estuviese completo en la plaza.
El pueblo parecía muerto a las diez de la noche, todos se habían
retirado a sus casas, en cambio, el huracán gemía con furia, produciendo
rugidos y misteriosos lamentos al romperse en los tejados y filtrarse por las
hendiduras de puertas y ventanas. Las hogueras el viento arrastraba y deshacía
en medio de las tinieblas. De pronto, el tañido de la campana grande del templo
sonó descompasado en angustioso arrebato, al transmitir a los cuatro ámbitos
del poblado la voz de alarma, despertó a los que ya dormían y echó a la calle
a todo el mundo.
Una hoguera inmensa, que el huracán daba formas extrañas y
gigantescas, aclaraba todo el horizonte, había ocurrido algo inesperado; una
fogata mal apagada se avivó con el vendaval y una chispa, arrastrada por el
viento fue a prender fuego en la casa de los hermanos, aquella misma casa para
la cual Maruca dejó una moneda de oro en la iglesia. Cubos de agua y cuantos
esfuerzos se hicieron para detener el incendio y todo fue inútil.
El Padre Rodrigo, quien fundó la casa, en el sitio más apartado de
la plaza lloraba como un niño y su tía Juana quien le aconsejó devolver la
moneda le decía: El dinero maldito, señor cura; es el oro de la Maruca que Dios
rechaza... ¡Cállate mujer! ¿Y quién podría arrojar la primera piedra?
Un grito indefinible espantó a la multitud, faltaban dos
huerfanitos tiernos, los gemelos de la pobre Aurora que había muerto hace una
semana, esperaban que estén adentro quizás vivos aún... Diez jóvenes resueltos
ingresaron y a la vez retrocedieron de prisa por las llamas que les perseguía,
saliendo de la casa incendiada.
De pronto una mujer se acercó al fuego y se metió entre las
llamas, mientras el recogimiento nacido del estupor por el acto tan audaz,
todos en silencio y las miradas fijas en las llamas esperaban algo imposible.
Dos minutos después la valerosa mujer se asomaba con los niños en los brazos en
un balcón, un joven recibía a uno de los huerfanitos y cuando se disponía a
recibir al otro, un torrente de ruido hizo huir a los espectadores, el balcón
se había desplomado hacia el burbujear de chispas y llamas llevándose consigo a
la Maruca y al chiquillo.
Maruca la piedra de escándalo del pueblo, se había reivindicado;
hasta la tía Juana enjugó una lágrima y fue a rezar un padre nuestro ante el
humilde cajón de pino, que en su fondo contenía unos cuantos huesos
carbonizados, era lo que quedaba de la Maruca.
El buen Cura, el Padre Rodrigo no lloró. Cuando salió del
cementerio depositando en el suelo bendito los huesos de la pecadora, acercó a
la tía Juana y con voz ronca de profunda emoción, le dijo grave:
¡Felices aquellos que mucho han amado porque sus
pecados le serán perdonados!
Forma parte de la tradición oral que se ha mantenido a través del
tiempo, en la cual aparecen vivencias de una época, de una nación, ciudad,
pueblo a veces con cierta picardía, así como aspectos sociales, ya sean
juveniles o de otra índole. Destacan Guido Garay, Rodrigo Chávez, Justino
Cornejo, Darío Guevara, José Antonio Campos (Jack the Ripper), Jenny Estrada,
etc.
La violencia de la actual estación lluviosa, mal llamada invierno,
pues de acuerdo a nuestra situación geográfica corresponde al verano; ha traído
a mi memoria una costumbre que ya se ha olvidado: la de los burros con
calzones.
En la época de mi infancia, década de los 20, en nuestra querida
ciudad las únicas calles pavimentadas eran el Boulevard 9 de Octubre de Malecón
a Santa Elena (hoy Lorenzo de Garaycoa, aunque nadie la llame así) y la calle
Chimborazo de 9 de Octubre a Clemente Bailen; por esta razón con las primeras
lluvias se convertían en fangales donde proliferan los "gusarapos"
(larvas de los mosquitos), y la plaga de estos era tremenda.
Los mosquitos zumbaban día y noche y había que protegerse de
ellos, por este motivo muchas casas tenían tela metálica en puertas y ventanas,
para impedir la entrada de estos insectos, entre los cuales estaba el terrible
Anopheles portador del Paludismo, que en aquella época era endémico en nuestro
medio.
En aquellos tiempos el reparto de caramelos, chocolatines,
galletas, etc., de las fábricas a las pulperías, se hacía a lomo de burro, a
los cuales se le adaptaba un arnés especial de madera para llevar en ellos
unos tarros grandes de hojalata, uno de cuyos costados era de vidrio para poder
identificar la clase de los mismos, pues habían caramelos grandes de 5 por
"medio" (S/. 0,05), otros medianos de 8 por medio, y otros chiquitos
cuyo nombre no recuerdo que daban un paquete de ellos por dicha cantidad.
Como a los mosquitos con tal de chupar la sangre les da lo mismo
el ser humano o el animal, para proteger a los jumentos sus dueños o encargados
les ponían unos calzones de "crudo" (tela de yute), tanto en las
patas delanteras, como en las posteriores, que se sostenían amarrados sobre el
lomo del animal, de tal forma que quedaba gran parte de su cuerpo cubierta para
protegerlos de la agresión de los mosquitos; era pues muy común ver por
nuestras calles los asnos del transporte industrial con sus pantalones
rudimentarios cumplir con su misión de proveer de comestibles y golosina a las
tiendas de barrio de aquel Guayaquil que se fue.
El cuento es un relato breve que narra una historia real o fantástica.
Tiene pocos personajes, característica del cuento es la rapidez, la facilidad
de unidad de lugar, del tiempo acontecimientos y personajes, se concentra en
algún elemento dominante, puede ser una palabra o frase clave. Generalmente se
escribe en prosa, es también una narración.
El cuento aparece como estructura anatómica desde el año 1925 con
los primeros escritos de José de la Cuadra: Perlita Lila y Olga Catalina,
cuentos de estilo sensiblero.
Fernando Chávez en el mismo año triunfa en un concurso nacional
con el corto relato "La Embrujada". Leopoldo Benítez Vinueza en 1927
nos hace conocer su obra "La Mala Hora", de problemas montubios, en
este mismo año Pablo Palacio nos hace conocer el cuento "Un hombre muerto
a puntapiés". Humberto Salvador en su obra "Ajedrez" toca temas
y tonos de nuestro diario vivir.
DÉCADA DE AFIANZAMIENTO (1930 - 1940)
|
||
AÑO
|
OBRA
|
AUTOR
|
1930
|
Los que se van
|
Gallegos Lora - Gil Gilbert - Aguilera Malta
|
1930
|
El
Amor que dormía
|
José de la Cuadra
|
1931
|
Repisas
|
José de la Cuadra
|
1931
|
Cuentos
Morlacos
|
Manuel Muñoz Cueva
|
1932
|
Horno
|
José de la Cuadra
|
1932
|
Barro
de Siglos
|
César Andrade y Cordero
|
1932
|
Llegada de todos los trenes del mundo
|
Alfonso Cuesta y Cuesta
|
1932
|
Taza
de té
|
Humberto Salvador
|
1933
|
Barro de la Sierra
|
Jorge Icaza
|
1933
|
Yunga
|
Enrique Gil Gilbert
|
1933
|
El Jaichigua
|
Enrique Dávila Jijón
|
1933
|
Antonio
ha sido una
|
Jorge Fernández
|
hipérbole
|
||
1934
|
Siembras
|
Gonzalo Bueno
|
1938
|
Guasinton
|
José de la Cuadra
|
1939
|
Tierra
de Lobos
|
Sergio Núñez
|
1939
|
Humo en las Eras
|
Eduardo Mora Moreno
|
1939
|
Relatos
de Emmanuel
|
Enrique Gil Gilbert
|
Promoción de florecimiento ( 1941 - 1960)
|
||
AÑO
|
OBRA
|
AUTOR
|
1941
|
Sendas Dispersas
|
Arturo Montesinos Malo
|
1941
|
Las
Huellas de una raza
|
Marco Antonio Lamota
|
1945
|
La Guamoteña
|
Pedro Jorge Vera
|
1946
|
Un
Idilio Bobo
|
Ángel F. Rojas
|
1947
|
El Barco de Papel
|
Humberto Navarro
|
1948
|
La
Manzana Dañada
|
Alejandro Carrión
|
1948
|
Calabozo 51
|
José Joaquín Silva
|
1948
|
Mundo
Pequeño
|
Mary Corylé
|
1952
|
Abandonados en la Tierra
|
César Dávila Andrade
|
1952
|
Gleba
|
Mary Corylé
|
1952
|
La Mala Espalda
|
Adalberto Ortiz
|
1952
|
Seis
Relatos
|
Jorge Icaza
|
1953
|
Las Fieras
|
Rafael Díaz Icaza
|
1953
|
Luto
tterno y otros cuentos
|
Pedro Jorge Vera
|
1953
|
Diez cuentos Universitarios
|
Bellolio - Ramírez -Torres - Martínez
|
1953
|
Segunda
Vida de una santa
|
José Alfredo Llerena
|
1953
|
Escama de culebras y otros cuentos
|
Augusto Mario Ayora
|
1954
|
El
Baúl Maldito
|
Jorge Moncayo Donoso
|
1955
|
El Anillo
|
Eugenia Viten
|
1955
|
13
Relatos
|
César Dávila Andrade
|
1956
|
Cuentos
|
Joaquín Gallegos Lara
|
1958
|
Los
Ángeles Errantes
|
Rafael Díaz Icaza
|
1959
|
Brocano
|
Gonzalo Gallo Subía
|
1959
|
La
lluvia muere en silencio
|
José Martínez Queirolo
|
1959
|
Los Murmullos de Dios
|
Ricardo Descalzi
|
1959
|
Arcilla
Indócil
|
Arturo Montesinos Malo
|
1960
|
Viejos Cuentos
|
Jorge Icaza
|
1960
|
Salamandras
|
Ernesto Albán Gómez
|
DÉCADA DE TRANSICIÓN (1960 - 1970)
|
||
AÑO
|
OBRA
|
AUTOR
|
1961
|
Otra vez la tierra morlaca
|
Manuel Muñoz Cueva
|
1961
|
Barro Dolorido
|
Gustavo Alfredo Jácome
|
1962
|
Almas Conturbadas
|
Gilberto Molina Correa
|
1962
|
La Perspectiva
|
Alsino Ramírez Estrada
|
1962
|
Doce Cuentos
|
Eugenia Viteri
|
1962
|
Krelko
|
Miguel Donoso Pareja
|
1963
|
La Máscara
|
Carlos de la Torre Reyes
|
1964
|
Sílabas de la Tierra
|
Lupe Rumazo González
|
1966
|
Cerote
|
Félix Yépez Pazos
|
1966
|
Cabeza de Gallo
|
César Dávila Andrade
|
1967
|
La Cabeza de un niño en un
tacho de basura
|
Enrique Gil Gilbert
|
1968
|
El hombre que mataba a sus hijos
|
Miguel Donoso Pareja
|
1968
|
Un ataúd abandonado
|
Pedro Jorge Vera
|
1968
|
El Demiurgo
|
Vladimiro Rivas
|
1968
|
La sonrisa y la ira
|
Walter Bellolio
|
1969
|
Los Pasos amarillos
|
Violeta Luna
|
1970
|
La Chacra
|
Félix Yépez Pazos
|
1970
|
Osa Mayor
|
Carlos Béjar Portilla
|
1970
|
Simón el Mago
|
Carlos Béjar Portilla
|
1970
|
Da llevando
|
Raúl Pérez Torres
|
1970
|
La Llave perdida
|
Alejandro Carrión
|
1970
|
Tierna y Violentamente
|
Rafael Díaz Icaza
|
DÉCADA O PROMOCIÓN DE INTEGRACIÓN (1970 -
1977)
|
||
AÑO
|
OBRA
|
AUTOR
|
1971
|
Pacto con el Hombre
|
César Dávila Andrade
|
1971
|
La
Luz
|
Guillermo Tenén Ortega
|
1971
|
Samballa
|
Carlos Béjar Portilla
|
1971
|
La
Enfundada
|
Adalberto Ortiz
|
1972
|
El largo camino de la playa
|
Walter Bellolio
|
1972
|
Los
Mandamientos de la ley de Dios
|
Pedro Jorge Vera
|
1972
|
Cuentos del Rincón
|
Marco Antonio Rodríguez
|
1973
|
La
Olla Embrujada
|
Jorge Torres Castillo
|
1974
|
Manual para mover las fichas
|
Raúl Pérez Torres
|
1974
|
La
Casa de la tía Berta
|
Ana María Iza
|
1974
|
Barriocito y otros cuentos
|
Pablo Barriga
|
1975
|
La
Segunda Voz
|
Hipólito Alvarado
|
1975
|
Crónica del hombre que aprendió a llorar
|
Walter Bellolio
|
1975
|
De
la Duda y otros juegos
|
Guillermo Tenén Ortega
|
1975
|
De vuelta al paraíso
|
Jorge Velasco Mackenzie.
|
1976
|
Micaela
y otros cuentos
|
Raúl Pérez Torres.
|
1976
|
Historia de un intruso
|
Marco Antonio Rodríguez
|
1977
|
Los
tiempos del olvido
|
Jorge Dávila Vázquez
|
1977
|
El Círculo vicioso
|
Jorge Dávila Vázquez
|
1977
|
Los
Culpables
|
Moisés Montalvo Jaramillo
|
1977
|
Los Zapatos y los sueños
|
Eugenia Viteri
|
1977
|
Porlamar
|
Rafael Díaz Icaza
|
1977
|
Como gato en tempestad
|
Jorge Velasco Mackenzie
|
1977
|
El
pasajero del gato y otros cuentos
|
José Ortiz Unióla
|
—Tei amao como naide ¿sabés vos? Por ti mei hecho marinero y hei
viajao por otras tierras… Por ti hei estao a punto a ser criminal y hasta hei
abandonao a mi pobrev vieja: por ti que me habís engañao y te habís burlao e
mí… Pero mei vengao: todo lo que te pasó ya lo sabía yo dende antes. ¡Por eso
te dejé ir con ese borracho que hoi te alimenta con golpes a vos y a tus hijos!
La playa se cubría de espuma. Allí el mar azotaba con furor. Y las
olas enormes caían, como peces multicolores sobre las piedras. Andrea la
escuchaba en silencio.
—Si hubiera sío otro… ¡Ah! … Lo hubiera desafiado ar machete a
Andrés y lo hubiera matao … Pero no. Er no tenía la curpa. La única curpable
eras vos que me habías engañao. Y tú eras la única que debía sufrir así como
hei sufrío yo…
Una ola como raya inmensa y transparente cayó a sus pies
interrumpiéndole. El mar lanzaba gritos ensordecedores. Para oír a Melquiades
ella había tenido que acercársele mucho. Por otra parte el frío…
—¿Te acordás de cómo pasó? Yo, lo mesmo quesi juera ayer. Tábamos
chicos; nos habíamos criao juntitos. Tenía que ser lo que jué. ¿Te acordás? Nos
palabriamos, nos íbamos a casar … De repente me llaman pa trabajá en la barsa e
don Guayamabe. Y yo, que quería plata, me juí. Tú hasta lloraste creo.
Pasó un mes. Yo andaba por er Guayas, con una madera, contento de
regresar pronto… Y entonce me lo dijo er Badulaque: vos te habías largao con
Andrés. No se sabía e ti. ¿Te acordás?
El frío era más fuerte. La tarde más oscura. El mar empezaba
calmarse. Las olas llegaban a desmayar suavemente en la orilla. A lo lejos
asomaba una vela de balandra.
—Sentí pena y coraje. Hubiera querido matarlo a ér. Pero después
vi que lo mejor era vengarme: yo conocía a Andrés. Sabía que con ér solo te
esperaban er palo y la miseria. Así que er sería mejor quien me vengaría…
¿Después? Hei trabajao mucho, muchisísimo. Nuei querido saber más de vos. Hei
visitao muchas ciudades: hei conocío muchas mujeres. Sólo hace un mes me ije:
¡andá a ver tu obra!
El sol se oculta tras los manglares verdinegros. Sus rayos
fantásticos danzaban sobre el cuerpo de la chola dándole colores raros. Las
piedras parecían coger vida. El mar se dijera una llanura de flores policromas.
—Tei hallao cambiada ¿sabés vos? Estás fea; estás flaca, andás
sucia. Ya no vales pa nada. Sólo tienes que sufrir viendo cómo te hubiera ido
conmigo y cómo estás ahora ¿sabés vos? Y andavete que ya tu marido ha destar
esperando la merienda, andavete que sinó tendrás hoi una paliza…
La vela de la balandra crecía. Unos alcatraces cruzaban lentamente
por el cielo. El mar estaba tranquilo y callado y una sonrisa extraña plegaba
los labios del cholo que se vengó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario